Hola, soy Rafaela Alameda, esposa, madre, abuela una mujer entregada a su familia y a las personas que quiere, y que pone el corazón en todo lo que hace.
Una emprendedora de toda la vida ¡Ya antes de que estuviese tan de moda!
Siempre pongo mucho cariño en todo lo que hago, porque pienso que es la clave para tener una vida plena, y para que podáis haceros una idea de hasta que punto llega, os quiero contar una historia de mi vida personal que explica muy bien lo que quiero trasmitir.
Mis hijos siempre traían de vuelta a casa el papel de envolver el bocadillo que les preparaba para el recreo de media mañana. Según entraban por la puerta de casa, uno a uno me entregaba el envoltorio de vuelta, curioso ¿Verdad?
Pensaba que se trataba de algún juego entre ellos, cosas de niños, y no le di mayor importancia.
Pero un buen día, mis hijos ya eran mayores, y en un cumpleaños, comentando cosas de la infancia, salió a relucir esta curiosa costumbre, cuando les pregunté por qué lo hacían se sorprendieron.
¡Cómo! ¿No lo sabes?, pues no contesté, entonces mi hijo mediano hizo de portavoz y me explico.
Todas las mañanas me observaban mientras les preparaba el bocadillo a toda prisa para no llegar tarde.
A la hora del recreo, llegaba la hora de disfrutar del tesoro escondido en la mochila toda la mañana, disfrutar del almuerzo en el recreo, para ir a jugar con los compañeros de clase, pero, aquí viene lo bueno, una vez terminado el bocadillo ¡Les daba pena tirar el envoltorio!
¿Y eso? Pregunté.
Mi hijo continuó explicándome, al recordar el cariño y el esmero que había puesto su madre en preparar el bocadillo, se sentían afortunados y queridos, así que tirar el envoltorio era como tirar todo ese cariño a la basura.
Yo una vez lo tiré ¡Y lo volví a recoger de la basura! confesó entre risas mi hijo mayor. ¡A mí me pasó lo mismo dijo mi hija pequeña!
Mi marido y yo nos mirábamos sin dar crédito.
La historia continuó, como les daba pena tirar el envoltorio, se lo guardaban en el bolsillo durante el recreo, y luego en la mochila, hasta entrar por la puerta y devolverme, sano y salvo el envoltorio que no habían podido tirar.
Me quede muy sorprendida, pero sobre todo emocionada como os podréis imaginar, porque es verdad que cuando estaba preparando el bocadillo pensaba en lo mucho que lo iban a disfrutar y en lo bien alimentados que estarían para pasar bien la mañana.
He querido contar esta historia porque representa mi manera de ser y del empeño que pongo en todo lo que hago.
Cuando me siento en mi máquina de coser, me inspiro, y me dejo llevar, pero sobre todo pienso lo bien que se sentirá la persona que utilice el saquito para aliviar su dolor, o lo reconfortado que se sentirá en la cama calentito.
Cuando estoy haciendo mis saquitos le pongo el mismo amor que le pongo a todo lo que hago, el mismo amor que le ponía al hacer el bocadillo de mis hijos, por eso puedo asegurar que cada saquito contienen una tonelada de amor.